El sur de Chile puede ser sinónimo de descanso pero también de aventura. Yo quería saber qué tanta adrenalina sería capaz de otorgarme esta parte del país. Llegué a Puerto Varas para dejarme encantar por los alrededores y probar distintas sensaciones.
Así es como puse el rafting en mi bucket list. Un deporte extremo que nunca antes había realizado, no por la falta de oportunidades sino por el miedo intrínseco que tiene una persona como yo. Le tengo miedo a todo: a la oscuridad, a las alturas, a las arañas, a la velocidad extrema, y a muchisimas cosas más. Y en parte, estaba haciendo esto para vencer esos miedos con los que había crecido.
Partir la mañana con un buen desayuno es primordial. Fruta, café y unos cuantos pastelitos (a los que no me puedo resistir). El Hotel Cabaña del Lago organizó todo. Turismo Lago Llanquihue (que tiene un counter dentro del hotel) se contactó con Al Sur Expediciones.
A las 14.30 pasaron a buscarme Christian y Álvaro, dos hombres que inspiraban aventura, eran toda la onda del eco-turismo. Y yo iba muy santiaguina y joven, sin saber realmente a lo que me estaba enfrentando. Los escuchaba hablar de sus amigos que habían tratado de hacer cumbre en el Puntiagudo. Y yo ahí, con el corazón en la mano porque en unos minutos más estaría río abajo.
Para hacer rafting es necesario tener un grupo. La balsa se conforma por 8 tripulantes. Generalmente la gente realiza esta actividad en pareja, y como yo iba sola supuse que el guía me iba a adoptar. Pero qué sorpresa, justo había un colombiano que también iba solo: estábamos predestinados a ser pareja dentro del bote y lo supe desde el minuto 1.
En el bus, camino al Río Petrohué, las conversaciones fluían de manera natural a pesar de no entendernos mucho entre todos. El grupo era conformado por un colombiano (mi parejo), 2 gringas, dos alemanes, un chileno y yo. Según lo que pude entender, solo una de las gringas había hecho rafting antes, el resto éramos todos novatos.
Casi al final del camino recogimos a Franco, un hombre moreno, joven y simpático, él sería quien dirigiría al grupo dentro de la balsa. Como la mayoría del grupo eran extranjeros, la inducción se hizo en inglés. Punto en contra para mí que no me manejo muy bien con el idioma, menos con palabras técnicas. Esa fue la primera dificultad: no entendí nada de lo que el guía explicó.
Quizás eso aumentó mi miedo cuando subí a la balsa. Iba sentada a la derecha, en la segunda fila de adelante hacia atrás. Mi pareja era Juan David, el colombiano, un nerd informático con frenillos y anteojos poto-botella que claramente no era experto en el deporte. Y si yo no tengo fuerza de brazos créanme que él menos. Todo apuntaba a que seríamos el fracaso del equipo.
Adelante nuestro iban los alemanes, se supone que los que van en la primera fila deben ser los más fuertes, un error de ellos y nos podríamos dar vuelta, o eso nos dijo Franco, quizás solo para meternos miedo e impulsarnos a hacerlo lo mejor posible.
Franco iba dando las instrucciones en inglés y entre la rapidez, el ruido del agua, las olas que me reventaban en la cara, los saltos y la maravilla natural por la que iba navegando realmente no podía poner atención en un 100% a sus instrucciones. Eso es lo que nos llevó todo el camino a escuchar gritos de Franco: "Vamos Isaaaa rema"; "vamos Isa vamos Isa”; “Hunde el remo Isa”; “Isa con más fuerza! Vamossss”. Yo iba con cara de velocidad, probablemente me veía horrible, pero la adrenalina era tanta que no me importaba. Además Franco no dejaba de gritarme “Vamos Isaaaa”, estaba obligada a mejorar, todo el grupo debía pensar que yo era un fracaso. Era la única del equipo a la que el guía impulsaba a remar con más ganas. Mis teorías eran 2: yo le gustaba a Franco o definitivamente lo estaba haciendo pésimo. Probablemente era la segunda opción.
En mi proceso interno yo estaba feliz. Estaba disfrutando. Trataba de copiarle al alemán de adelante, si él remaba yo también. A medida en que fui agarrando confianza y perdiéndole el miedo a los saltos y a los reventones de ola, más en la orilla del bote me sentaba, y esa era la técnica: mientras más en la orilla del borde del bote mejor equilibrio uno tiene. Cada ola que me reventaba en la cara era un porcentaje más de adrenalina en mi cuerpo.
Miré rápidamente hacia atrás y lo vi: al fin el Volcán Osorno se había despejado. Y estaba ahí, imponente, mientras mi pequeñez remaba por los rápidos del Petrohué. Debe ser de las mejores sensaciones del mundo, una que vale la pena experimentar.
Más o menos en la mitad del camino paramos en una playita para saltar desde una roca de cuatro metros de alto. Esta parte era opcional, pero yo estaba ahí para sacarme los miedos de encima y me decidí por hacerlo. Fui la única mujer del grupo que se atrevió a subir hasta arriba de la roca. Era la primera. Pero no pude hacerlo, le cedí mi turno a los alemanes y los observé: no habían muerto. Ojalá mi salto tuviera la misma suerte que ellos habían tenido.
Me decidí y me puse en la orilla de la roca. Abajo pasaba una corriente fuerte. Le di la mano al guía y se la apreté. Miré hacia abajo. El río iba con demasiada fuerza. Le tengo miedo a las alturas. No era fácil.
Cada segundo que pasaba era un apretón más fuerte de mano y él volvía a contar: Un, dos, "Ya Isa ahora suéltame la mano…”, me decía franco entre dientes. Mejor ni pensarlo mucho. Volvió a contar, 1,2 y 3. Salté. Era esa misma sensación de sacar la cabeza por la ventana cuando vamos rápido en un auto.
Recuerdo ir en el aire y mirar un bosque tupido y verde al frente (medio borroso por la velocidad). Escuchar el ruido del río. Divisar al tipo que me estaba sacando la foto y Christian, el rescatista, con una cuerda sentado en una piedra abajo. Caí al agua. Parece que bien hondo. Me costó salir y tragué mucha agua. Obvio que salí horrrrrible a la intemperie, con el casco hacia un lado, con la vista borrosa por el agua en las pestañas y tosiendo. Me tiraron la cuerda y vi al que sacaba fotos capturarme (pongo las fotos y me humillo solo para que sepan a lo que se exponen). Que vergüenza, que denigración para mi persona.
La verdad es que cuando toqué tierra me sentí feliz. Quizás esa felicidad se debía a que lo había logrado a pesar de ser la persona más miedosa del mundo. Era un nuevo miedo conquistado. Si hubiese sido necesario habría vuelto a pasar esa vergüenza porque la sensación había sido indescriptible. Ahora me sentía lista para cualquier cosa.
Luego de esa parada seguimos navegando río abajo. El rafting se había convertido en mi nuevo deporte favorito. Y Franco ya no me retaba. Me sentía tan segura dentro de ese bote, tan feliz, con tanta energía. Ese grupo de desconocidos se habían convertido en un tipo de cordada. Sin conocernos nos habíamos tenido que coordinar para que todos estuviéramos a salvo, éramos un equipo. Y eso que yo no entendía nada de lo que me hablaban pero les sonreía y ellos a mí de vuelta. Supuse que les caí bien.
En total fueron alrededor de 2 horas las que estuvimos dentro del agua. 2 horas llenas de energía, adrenalina, compañerismo y nuevas sensaciones. Cuando llegamos de vuelta compartimos un café mientras mirábamos las fotos.
Consejos prácticos:
1. Hacer rafting no necesita experiencia previa (en rápidos aptos para principiantes)
2. Ser miedoso no es un impedimento para hacer este deporte, todo lo contrario. La satisfacción al realizarlo es inexplicable.
3. Recomiendo llevar bloqueador, el sol pega fuerte.
4. Arriésguense a sentarse lo más en la orilla del borde, eso les dará más equilibrio.
5. Otra técnica es hundir el remo con fuerza, eso nos va afirmando.
6. No hagan rafting con cualquier empresa. No todos tienen la experiencia que se necesita para lograr una buena experiencia.
7. Siempre les deben dar este equipo: Traje de neopren, casco, zapatos (muy útiles porque nos ayudan a agarrarnos dentro de la balsa), salvavidas y un remo.
Comments